Tras la reunificación alemana, Berlín volvió a convertirse en la capital alemana en 1990, y en la sede del Gobierno federal en 1999. Los grandes proyectos de construcción, como Potsdamer Platz y el barrio gubernamental, borraron las huellas de la división, pero apenas mejoraron las cuentas o la estadísticas de desempelo de la ciudad.
Los berlineses compensaron esta desventaja convirtiendo la ciudad en un hervidero de modernidad cultural, a base de una vida nocturna atractiva y desenfrenada, un panorama artístico explosivo y unas industrias de la moda y el diseño en continuo auge.
Además, los habitantes de Berlín hicieron alarde de su legendario liberalismo en el Love Parade y recibieron a la comunidad mundial en varios eventos como el Campeonato Mundial de Fútbol del año 2006.
Sin embargo, Berlín sigue arrastrando problemas sociales. En los últimos años han sido noticia el bajo rendimiento en las escuelas, los violentos ataques raciales perpetuados por diferentes grupos ultraderechicsas y una racha de asesinatos de «honor» de jóvenes musulmanas que solamente pretendían llevar una vida occidenteal alejándose de sus costumbres más antiguas.
Más de dos décadas después de unirse la dos mitades de la ciudad, Berlín vive un momento decisivo. Distritos como Mitte y Prenzlauer Berg, antes pioneros del progresismo, se están aburguesando irremediablemente. Las promotoras internacionales están poblando las orillas del río Spree; inversores de Dinamarca, Irlanda o América compran pisos a precios de ganga, y las cadenas internacionales de tiendas sustituyen al comercio autóctono.
Todo ello suscita la duda de si Berlín podrá seguir albergando la libertad social y la experimentación, si se convierte cada vez más en una metrópoli «normal» dominada por el interés empresarial. El alcalde Klaus Wowereit dijo que Berlín era «pobre pero sexy». En diez años puede haber dejado de ser pobre. La cuestión es si Berlín seguirá siendo sexy.
Foto vía Prolog Berlin
